La mayoría de las personas tenemos la aspiración de vivir cerca de donde trabajamos, y es un deseo muy comprensible. Hacemos cuentas mentales de todo lo que nos ahorraríamos si pudiéramos simplemente caminar a la oficina.
De entrada, el tiempo. Con el tráfico de la Ciudad de México, las distancias que pueden ser de diez minutos, se convierten en una hora. Ahora bien, si no estamos tan cerca se puede traducir en perder por lo menos dos horas en ir al trabajo… y otras dos en regresar. Qué mejor que caminar quince minutos y tener asegurado ese tiempo.
Si además llevas tu propio coche, el dinero que se tiene que invertir en gasolina es muchísimo. Y si vas en transporte público, siempre pasa algo que hace que nos tardemos más:
el metro va lento, el camión está demasiado lleno o no pasa, etc.
Tiempo y dinero son los principales factores, pero no los únicos. ¿Imagínate poder ir todos los días a comer a tu casa? Si tienes suerte, hasta te puedes dormir un rato antes de regresar a la oficina.
Pero, como en todo, existe la otra cara de la moneda: los contras de vivir cerca del trabajo. Dependiendo del tipo de oficina, se corre el riesgo de ser el que siempre está disponible para lo que se necesite, y que eso implique ser el que tiene que ir cada que hay una emergencia. También, por confiarse de la inmediación, podemos caer en el exceso de trabajo “al fin que llego muy rápido”.
La cuestión está en saberse administrar para aprovechar los recursos que tenemos, y mejor escoger donde vivir dependiendo de las zonas que nos gusten.
Texto por Paulina González